Fotografía: Eleven Legends

Hace unos días terminó la primera Copa Oro Femenil y más allá de todo lo que podamos concluir en términos deportivos, es lo que pasó fuera del campo lo que me hace sentir un dejo de nostalgia.

Fotografía: Eleven Legends

Este torneo representó muchas cosas a nivel emocional para quienes lo vivimos de diferentes formas. Desde jugadoras, cuerpo técnico, equipos de prensa, afición y medios de comunicación, vimos esta competencia convertirse en otra cosa mucho más grande, más allá de lo que estaba pasando en el recuadro verde.

Familias completas llegaron a las sedes en donde México disputaría partidos de fase de grupos, cuartos y semifinales. Manejar tres horas parecía no ser impedimento para presenciar algo más grande: representación.

Padres llevando a sus hijas que crecieron con el Chicharito como referente y hoy quieren ser como María Sánchez. Madres comprando el jersey de su selección para sus niñas. Aficionadas que pensaron que nunca verían jugar en vivo a Ovalle o a Kiana porque viven en Estados Unidos y viajar a México resulta costoso sino es que imposible. Niños con el número en la espalda de su jugadora favorita, niñas usando el uniforme del club de la liga que prefieren o simplemente agitando la bandera tricolor acompañada de esperanza en lo que viene, con la firme intención de, si trabajan duro, en unos años sean ellas las que estén en la cancha.

Fotografía: Eleven Legends

Pero la representación no solo fue para quienes veían los partidos en butaca, también para quienes estábamos en el palco de prensa. Ver a tantas mujeres al frente de sus propios medios independientes en este torneo para llevar toda la información de la competencia a sus países, fue más de lo que esperaba. Conocer un poco de sus historias, sus luchas, las barreras y los retos me hizo recordar un poco las mías y entendí que también ellas pasan por lo mismo, solo que en otro huso horario.


La sororidad durante la cobertura no solo fue sorpresiva sino sanadora. Hacer espacio para que la otra pudiera preguntar en zona mixta, ayudar deteniendo el celular mientras grababa para su medio, prestarnos tripié, estirar sus micrófonos junto al mío para que también pudieran grabar, compartirnos material y consejos para hacer el trabajo más fácil, son solo algunas de las cosas que, sin temor a equivocarme, solo pasan cuando cubres deporte femenil.

La Copa Oro significó conectar. Conectar con las jugadoras, con el equipo, con esta selección, Conectar con las familias que ven en este deporte el futuro de sus hijas.

Fotografía: Eleven Legends

Conectar con las personas que nos acompañaron a vivir la aventura, con quienes solo conocíamos por redes sociales y pudimos abrazarnos, con la afición que recuperó la esperanza y las ganas de creer. En el proceso, en el equipo, en las decisiones tomadas, en el camino que nos queda, en que la mentalidad de nuestras futbolistas ya está cambiando, en que, como dijo Rebeca Bernal: “de aquí para arriba.”

Y es que, aunque me encanta hablar de lo que deportivamente significó esta competencia para el futbol en nuestro país, no puedo evitar pensar que, con todo lo que les acabo de compartir, nosotras desde afuera también conquistamos nuestra propia copa.



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